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El dilema de la «Espe» americana

octubre 3, 2008

Sarah Palin, esa Esperanza Aguirre a la americana, es el gran dilema de la campaña de McCain, y también del propio candidato. Él mismo la escogió por su tirón mediático, algo que ya ha demostrado sobradamente que tiene. Palin cae simpática, gusta a los norteamericanos por su frescura, su desparpajo y su cinismo a la hora de expresar sus retrógradas convicciones morales, del mismo modo que el cinismo interesado de la presidenta madrileña impacta y sorprende hasta a sus adversarios. Cada vez que Palin aparece en pantalla, que su voz se deja oír, McCain se acerca un poco más a Barak Obama en las encuestas. Aunque sea poco.

Las cámaras la adoran, sin duda, como se ha vuelto a hacer patente tras su estreno en el debate de los vicepresidentes. Hoy todos los medios coinciden en que si bien Joe Biden fue mucho más consistente, la atracción de la noche fue Palin.

Pero del mismo modo en que los focos magnifican sus virtudes, las sombras las oscurecen en la mente de sus conciudadamos. Tras unos días de olvido, éstos ponen la imagen de Palin en su verdadero sitio: Ella, más que nadie y desde luego más que McCain, es la heredera de las ideas y preceptos neocon que encarna el desahuciado Bush. Ella es la culpable simbólica y subconsciente de la actual crisis financiera, de la guerra de Irak, de la Patriot Act y del desaforado gasto militar. En esto también se parece a Esperanza Aguirre: Ambas necesitan estar constantemente en el candelero para hacerse querer (o más bien perdonar), porque de lo contrario emerge su verdadero retrato.

Cuando Palin aparece en el escenario todo son sonrisas; pero cuando se aparta de la escena pública, cuando sus labios carnosos y sus ojos risueños dejan de ser el tema principal de las tetulias políticas, las encuestas condenan a caer en picado a su jefe de filas, y precisamente por tener al lado a Palin.

Así es el dilema de McCain: Sin Palin no tiene nada que hacer; ella es la que le está dando vuelo al viejo héroe del Vietnam. Pero si tira demasiado de ella traicionará su ideario (¿le importa?), convertirá la campaña en un festival berbenero digno de «Lo que yo te diga» y de paso se arriesgará banalizar la peor crisis financiera desde la 2ª guerra mundial, en palabras de George Soros. Y eso no se lo perdonaría nadie. Y menos que nadie los americanos. Esta vez (casi seguro que) no.

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